Ni siquiera se preguntaban qué hacían en aquel lugar, oscuro y húmedo, alejados de cualquier forma de civilización conocida, a millas de distáncia de lo que hasta aquel mismo momento habían considerado su hogar. Ahora pertenecian a otro estado de conciencia y de verdad, pudiendo juzgar así los actos de todos los demás, marcando pautas a seguir en todo momento porque ellos ya no eran los comodines de turno. Sin lugar a dudas, todos ellos, jóvenes, individuos a medio camino entre la niñez y la madurez, llevaban en sus espaldas la pesada carga de la herencia de toda una generación. Por eso se encontraban en medio de un bosque, junto a un búnker de la Guerra Civil que había servido tanto de refugio para mujeres y niños como para atrincherar a las decenas de soldados que resistieron justo antes de la derrota. De aquel modo hermanaban el pasado histórico con su futuro inmediato, tratando de entender el funcionamiento de la realidad, usando como referencia la misma esencia humana conocida: el sufrimiento emocional, físico y espiritual constante. Por aquel entonces ellos ya sufrían, y ya llevaban muchos años haciendolo, por eso habían decidido paliar el dolor con emociones distintas a las siempre sentidas por cada uno de ellos, los minúsculos hijos del mundo, los indudables muchachos de Ceretania. Habían crecido frente a pantallas de televisión, padeciendo el continuo ataque publicitario. Habían tenido que pasar de Beta a VHS y de éste al DVD y más tarde al Blu-Ray o el HD-DVD, pero también vieron la muerte del Vinilo, la aparción del cassette y su posterior subtitución por el CD. Pero ahora usaban MP3 y descargaban el material de internet. Si querían no tenían porqué salir de sus casas para comprar ropa, comida o distracciones. Habían aprendido a vivir en espacios reducidos, inspirados en los armarios dormitorio de los chinos o los japoneses cuyas representaciones más importantes aparecían en series anime de dichos países. Gracias a la explosión del consumismo habían crecido adorando el capitalismo y aprehendiendo como positivos los valores que los demás, los adultos, desechaban, convirtiéndose en recicladores de ideas y movimientos.
Se habían reunido para hacer lo contrario a todo lo que les habían inculcado. Habían rellenado el búnker con mantas y colchones envueltos en telas y plásticos. Se habían colocado velas por doquier consigiendo una más que aceptable cantidad de luz. Habían llevado una nevera de viaje y la habían llenado con cava, limoncello y tequila. Tampoco habían olvidado instalar un pobre equipo de música que emitía un pitido constante impidiendo disfrutar de todas las canciones . Habían pasado muchas días preparando la reunión, y ya la tenían lista. No habría más demoras ni más arrepentimientos porque se habían reunido para amarse, para pasar toda la noche amándose.
Chicos y chicas, chicos y chicos, chicas y chicas. Sin reglas, sin sarcasmos oscuros a su alrededor, sin la necesidad de justificar hasta el hecho de respirar. Aquella noche fue íntegramente suya. Ellos habían creado un reino de adolescentes y reinaron sólo una noche, pero reinaron juntos, ombro con ombro, sudor con sudor. Disfrutaron de sus riquezas toda la noche pero cuando los rayos del sol empezaron a juguetear con el oscuro cielo de Ceretania, el sexo se acabó. Dejaron lo que estaban haciendo y se dedicaron a observar el regalo de un amanecer temperado y una buena compañía. Hablaron de sus vidas y de sus nuevos proyectos y todos observaron que algo había cambiado. Las cosas parecían tener una perspectiva más, era como si un nuevo mundo de formas y colores apareciera frente a sus rostros por primera vez en toda su corta vida. La brisa matutina les aportó paz y desasosiego, y se durmieron los unos junto a los otros.
Después de aquello no volvieron a coincidir, nunca más. Cada uno tomó las decisiones que tenía pendientes y se dedicó a hacer su vida, a fabricar un nuevo reino, uno sin compartir, su reino.
No hay comentarios:
Publicar un comentario