viernes, 12 de octubre de 2007

La droga del Amor.

Sophie quiere popper. Ha pasado el último mes de su vida clamando a los cuatro vientos que quiere probar el popper, y , a causa de ello, ahora quiere probarlo. No se puede evitar, mas nadie lo quiere evitar. Una fauna acelerada de sibaritas nocturnos se arremolina alrededor de la aturdida muchacha, la joven extasiada que les sirve a ellos de entretenimiento pasajero y fugaz. Carcajadas por doquier, silencios rotos por estruendosos chillidos, como de cría de rata o buitre. Sophie recibe la droga de la mano de Banana Scream, el puto DJ de mierda que ha tocado esta noche, en el club, a quilómetros de distancia de donde nos encontramos ahora mismo. No puedo creer que esté aquí, en un almacén de productos para la limpieza del automóvil, en mitad de un vacío relativo, un desierto de tiempo. No es de día ni de noche, y Sophie se ríe a carcajadas como el resto de la gente y sólo yo sé que se ríe porque va a poder drogarse. Me gustaría poder ahorrarle el mal trago y sacarla de aquí a rastras, sujetándola virilmente por la cabellera demostrándole que estoy aquí para lo que haga falta. Ahora recuerdo que esta tarde, la tarde pasada, había dejado el billetero en la lavadora, si lo hubiese recordado antes no estaríamos ahora aquí. El local es demasiado pequeño para esta gente y sus carcajadas de hiena, como las de las hienas de aquella película Disney en que un niño león perdía a su padre león que resultaba ser un rey, creo que se llamaba el Libro de la Selva, pero da igual. No cabemos todos aquí, además, creo que el ego de Sophie corretea por aquí sin parar y me ha pisado el pie un par de veces, un delante de Brad el rubiales y otra junto Amber y la bollera de la Côte d’Azur que se ha pasado la noche mirando mi entrepierna entre fascinada y asqueada. De pronto, y arrancándome de mis cavilaciones de genio chiflado, Sophie me coge un brazo y me arrastra hacia un pequeño lavabo que hay junto al mostrador. Saca la botellita de entre sus pechos, del canalillo, donde se unen las dos copas del sostén, y la coloca sobre la cisterna. Me mira, mira a Banana Scream, y levanta un poco la cabeza y se mira en el espejo. Me vuelve a mirar, le vuelve a mirar a él, y abre el frasquito del tamaño de una pila AAA que contiene unas diez dosis de popper, nitrito de amilo, vasodilatador que teóricamente no debería afectar al Sistema Nervioso Central pero que aún así, en determinadas ocasiones, lo hace. Sophie se pone en pie y se quita las bragas, que llevaba puestas encima de las medias por si tenía que quitarse las bragas.

-Preparaos para la droga del amor- dice con voz suave pero determinante.

Esnifa, o inhala, o lo que coño quiera que haga, y cae en blanco. Una caída en blanco es cuando una persona pierde toda noción de consciencia pese a tener todos los sentidos del cuerpo a pleno rendimiento. Seguidamente sonríe y le pasa la botellita a Banana Scream, que no cae en blanco pero que esboza bajo sus gafas de sol una enorme sonrisa de placer extremo. Me pasa la botellita. Miro el borde del cuello y las arrugas del cristal del frasco y asomo un ojo, a una distancia de seguridad más que cautelosa, al interior de éste, logrando observar lo que parece arenilla para gatos. Levanto la mirada y me encuentro a Banana Scream lamiendo las nalgas de Sophie a través de las medias agujereadas, mientras ella se entretiene olfateando la ropa interior que hace menos de un minuto llevaba puesta. Que no me jodan, ni drogas ni milagros, iban muy calientes y han puesto la droga como excusa para lo que creo se va a convertir en escatología, y parece que me han invitado para hacer un trío, pues ya se pueden olvidar. Me levanto y salgo al mismo tiempo que tiro la botellita de popper al bolso de Sophie. Me dirijo al centro del almacén y me pongo a charlar con Amber. Con un poco de suerte, en unos diez minutos Sophie y Banana Scream habrán desalojado el baño y yo estaré en él folládome a la lesbiana de Côte d’Azur. Ya lo visualizo, ella abierta de piernas esnifando popper y chillando a su oreja: “¡Sé que te gusta, cerda!”.

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